192
pages
Español
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2021
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Publié par
Date de parution
09 mars 2021
Nombre de lectures
1
EAN13
9781631424601
Langue
Español
Publié par
Date de parution
09 mars 2021
Nombre de lectures
1
EAN13
9781631424601
Langue
Español
La Prisionera de los Krinar
Anna Zaires
♠ Mozaika Publications ♠
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Epílogo
Extracto de Contactos Peligrosos
Extracto de Secuestrada
Sobre La Autora
Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, y situaciones narrados son producto de la imaginación del autor o están utilizados de forma ficticia y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, establecimientos comerciales, acontecimientos o lugares es pura coincidencia.
Copyright © 2016 Anna Zaires y Dima Zales
www.annazaires.com
Traducción de Isabel Peralta
Todos los derechos reservados.
Salvo para su uso en reseñas, queda expresamente prohibida la reproducción, distribución o difusión total o parcial de este libro por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, sin contar con la autorización expresa de los titulares del copyright.
Publicado por Mozaika Publications, una marca de Mozaika LLC.
www.mozaikallc.com
Portada de Okay Creations
www.okaycreations.com
e-ISBN: 978-1-63142-189-1
ISBN: 978-1-63142-190-
Capítulo Uno
N o quiero morir. No quiero morir. Por favor, por favor, por favor, no quiero morir.
En su mente se repetían una y otra vez las mismas palabras, una plegaria desesperada que nadie escucharía jamás. Los dedos se deslizaron otro centímetro por el áspero tablón de madera, haciendo que sus uñas se rompieran en el intento de mantenerse sujeta.
Emily Ross se estaba aferrando literalmente con uñas y dientes, suspendida de un viejo puente roto con una sola mano. A cientos de metros por debajo, el agua del torrente de montaña rugía sobre las rocas, con el cauce henchido por las recientes lluvias.
Esas lluvias eran en parte las responsables de su situación actual. Si las tablas del puente hubieran estado secas, posiblemente ella no habría resbalado ni se habría torcido el tobillo. Y seguro que no se habría caído sobre la barandilla ni esta habría cedido bajo su peso.
Solo un gesto desesperado para agarrarse en el último segundo había evitado que Emily se precipitara en picado hacia la muerte. Mientras caía, su mano derecha se había cogido de un pequeño saliente del lateral del puente, y ella se había quedado balanceándose en el aire a cientos de metros sobre las duras rocas.
No quiero morir. No quiero morir. Por favor, por favor, por favor, no quiero morir.
No era justo. Esto no tendría que haber ocurrido. Eran sus vacaciones, su momento de recuperar la cordura. ¿Cómo iba a morirse ahora? Ni siquiera había empezado a vivir todavía.
Las imágenes de los últimos dos años se deslizaron por el cerebro de Emily igual que las presentaciones de PowerPoint en las que había invertido tantas horas. Cada noche, cada fin de semana que había pasado en la oficina y que no habían servido de nada. Ella había perdido su trabajo durante los recortes, y ahora estaba a punto de perder la vida.
¡No, No!
Emily pataleó, e hincó las uñas con más fuerza en la madera. Levantó el otro brazo, estirándolo hacia el puente. Esto no podía pasarle a ella. No lo permitiría. Había trabajado demasiado duro para dejar que le venciera un estúpido puente de la jungla.
Por el brazo le resbalaba la sangre que la áspera madera le hacía brotar al despellejarle los dedos, pero ignoró el dolor. Su única esperanza de supervivencia consistía en tratar de agarrarse del borde del puente con la otra mano para poder subir. No había nadie por allí para rescatarla, nadie que le salvara la vida excepto ella misma.
La posibilidad de morir sola en la selva tropical no se le había pasado a Emily por la cabeza al embarcarse en este viaje. Estaba acostumbrada a hacer senderismo, a acampar. E incluso después de los dos últimos años infernales, seguía estando en forma y siendo fuerte y atlética, gracias a haber salido a correr y a todo el deporte que había practicado en el instituto y la universidad. Costa Rica estaba considerada como un destino seguro, con una baja tasa de criminalidad y una población que cuidaba al turista. También era barato... un factor importante para su cuenta de ahorros en proceso de vaciarse rápidamente.
Ella había reservado este viaje antes . Antes de que el mercado se desplomara de nuevo, antes de que otra tanda de despidos les hubiera costado el empleo a miles de trabajadores de Wall Street. Antes de que Emily llegara a su puesto un lunes, soñolienta por haber trabajado todo el fin de semana, para marcharse de la oficina ese mismo día con todas sus pertenencias metidas en una pequeña caja de cartón.
Antes de que su relación de cuatro años se hubiese ido al traste.
Eran sus primeras vacaciones en dos años, y ella iba a morir.
No, no pienses de esa manera. No va a ocurrir.
Pero Emily sabía que se estaba engañando a sí misma. Podía sentir cómo sus dedos iban resbalándose cada vez más, y cómo aumentaba el dolor en su brazo y hombro derechos por el esfuerzo de sostener el peso de todo su cuerpo. Su mano izquierda estaba a unos centímetros de alcanzar el borde del puente, pero igual daba que esos centímetros hubieran sido kilómetros. No podría conseguir agarrarse con la fuerza suficiente para poder levantarse con un brazo.
¡Hazlo, Emily! ¡No lo pienses, solo hazlo!
Haciendo acopio de todas sus fuerzas, balanceó las piernas en el aire, usando el impulso para elevar un poco el cuerpo por una fracción de segundo. Su mano izquierda alcanzó el saliente, ella se agarró a él... y el frágil pedazo de madera se partió, haciendo que ella soltara un grito de terror.
El último pensamiento de Emily antes de que su cuerpo golpeara contra las rocas fue la esperanza de que su muerte fuese instantánea.
El olor de la vegetación selvática, intenso y penetrante, jugueteaba en las fosas nasales de Zaron. Inhaló profundamente, dejando que el aire húmedo llenara sus pulmones. Aquí, en este recóndito rincón de la Tierra todo estaba limpio, casi tan impoluto como en su propio planeta natal.
Ahora mismo necesitaba esto. Necesitaba el aire puro, el aislamiento. Durante los últimos seis meses, había intentado escapar de sus pensamientos, vivir el momento, pero había fracasado. Ni la sangre y ni el sexo le eran ya suficientes. Podía distraerse mientras follaba, pero el dolor siempre volvía después, tan intenso como siempre.
Al final, había llegado a ser demasiado. La suciedad, las multitudes, el hedor a humanidad... Cuando no estaba inmerso en una niebla de éxtasis, se encontraba asqueado, con sus sentidos abrumados por pasar tanto tiempo en las ciudades humanas. Se estaba mucho mejor aquí, donde se podía respirar sin inhalar venenos, donde podía oler a vida en vez de a productos químicos. En unos años, todo sería distinto, y podría intentar volver a vivir de nuevo en una ciudad humana, pero todavía no.
No hasta que estuvieran totalmente asentados allí.
Ese era el trabajo de Zaron: supervisar los asentamientos. Había estado investigando la fauna y la flora de la Tierra durante décadas, y cuando el Consejo solicitó su ayuda para la inminente colonización, no lo había dudado. Cualquier cosa era mejor quedarse en casa, donde los recuerdos de la presencia de Larita estaban por todas partes.
No había ningún recuerdo aquí. A pesar de su gran parecido con Krina, este planeta era extraño y exótico. Siete billones de Homo sapiens en la Tierra, un número inconcebible, que seguían multiplicándose a un ritmo vertiginoso. Con su corta esperanza de vida y la resultante falta de pensamiento a largo plazo, estaban consumiendo los recursos de su planeta, demostrando una absoluta indiferencia hacia el futuro. En algunos aspectos, le recordaban a la Schistocerca gregaria , una especie de langosta que había estudiado varios años atrás.
Por supuesto, los huma